El laboratorio de los años de plomo - Osvaldo Etrat - Revista N° 1, Año 1, noviembre - diciembre 2013
01.12.2013 19:08El laboratorio de los años de plomo - Osvaldo Etrat
“El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo”. Friedrich Nietzsche.
No es aventurado afirmar que la ciudad de Bell Ville fue el laboratorio donde se experimentó el régimen de terror que sobrevino con el Proceso Militar extendido entre 1976 y 1983.
Bell Ville tenía en los primeros años de la década del ´70 del siglo pasado, algunas características diferentes a las de la actualidad, pero ambos períodos históricos se mimetizan en la conducta conservadora que siempre ha caracterizado a su población.
Es que justamente en los ´70, la declinante autodenominada clase aristocrática que había iniciado una etapa esplendorosa en la primera década del siglo por su vínculo con el presidente José Figueroa Alcorta, daba paso al poder político y material de una burguesía de apellidos comunes que marcaría su tendencia social.
Para entender a la sociedad antecesora de lo que llamamos “el laboratorio”, baste señalar que a comienzos del siglo anterior el matrimonio entre Figueroa Alcorta –ferviente seguidor de Julio Argentino Roca- y la bellvillense Josefa Julia María de las Mercedes Bouquet Roldán, hizo que el primer magistrado viajara frecuentemente a esta pequeña ciudad enclavada en el sudeste de Córdoba y los salones se abrieran de par en par en su agasajo, con lo cual los rancios apellidos y la riqueza establecieron un statu quo que persistió hasta bien avanzada la mitad de esa centuria.
Situaciones convertidas en tradición oral, indican –por ejemplo- que la gente humilde cruzaba de vereda o bajaba a la calzada cuando en verano debía atravesar el frente del Club Social, lugar preferido de esparcimiento de los notables de la época. Majestuosas casonas que han desaparecido –con contadas excepciones- del paisaje urbano, también fueron el símbolo de una sociedad claramente diferenciada por los orígenes de sus habitantes.
También es dable significar que el conservadurismo de la sociedad bellvillense germinó por la gran cantidad de funcionarios y empleados públicos que le daban a la ciudad un flujo económico importante y duradero. La burocracia, entendida como fuente de trabajo, era el principal sostén material de Bell Ville.
Si sumamos el pequeño y privilegiado núcleo dominante con la clase media acostumbrada a la inercia del ingreso económico seguro, tendremos el producto que caracterizó el comportamiento social de la época descripta.
Esa estructura se vio sacudida entre fines de 1972 e inicios de 1973 con el proceso de restauración democrática que corporizaron Héctor José Cámpora inicialmente y luego Juan Domingo Perón. Así fue que especialmente la juventud abrió anchos caminos de participación en política y hasta llegó a crearse un foro que reunía a representantes de las más diversas ideologías. También era notable la militancia de la clase obrera a través de representantes no tradicionales, esto es por fuera de las estructuras de la CGT.
Paralelamente, el Profesorado Mariano Moreno inauguraba una era caracterizada por la formación integral, la discusión científica y la extensión a la comunidad, de la mano del profesor Bernardino Calvo, un brillante intelectual y reconocido historiador proveniente de la ciudad de Villa María.
Con su equipo, Calvo produjo un cambio notable de paradigma en la única institución de formación terciaria de Bell Ville, y ello condujo inevitablemente a la aparición de sectores “intra” y “extra” institucionales más que molestos por cambios que sacudían las estructuras tradicionales.
Un tercer factor se sumó a los precedentes: el 17 de agosto de 1973 comenzaba sus emisiones oficiales LV25 Radio Unión, el primer medio verdaderamente masivo de comunicación con que contaba la comunidad. Es así que había un canal no tradicional para la transmisión de las ideas y que nació con una estructura que albergaba a comunicadores y técnicos en un marco de pluralidad también sin antecedentes en la ciudad.
Bell Ville, que tenía un crecimiento demográfico escaso, similar al de la actualidad, rondaba por entonces los 25.000 habitantes.
Y justamente en 1973 llegaron a la superficie los primeros signos de intolerancia al cuadro que describimos precedentemente, los que se agudizaron con la llegada a la ciudad del comisario principal Raúl Pedro Telleldín, quien vino acompañado de cuadros de la ciudad de Córdoba cuyo origen marginal tenía poco que ver con la función orgánica de la policía. Cuadros que juntamente con su jefe participaron del incalificable golpe que terminó con la gobernación de Horacio Obregón Cano y su compañero Atilio López, quienes fueron suplidos por la intervención del brigadier (r) Raúl Lacabanne. Con esta acción facciosa quedó el terreno fértil para el horror que sobrevino.
Con Telleldín y sus adláteres ocurrieron una serie de hechos que a la par que aterrorizaban a los ciudadanos conscientes, resultaron indiferentes para el resto de una población anestesiada. Va de suyo que por omisión o apoyo encubierto diversos personajes e instituciones de la ciudad veían con simpatía el combate impiadoso e ilegal a lo diferente.
Así fue que se sucedieron atentados con poderosas bombas en los domicilios de profesionales y políticos, detenciones arbitrarias, torturas y vejámenes –aun a mujeres embarazadas- amenazas telefónicas, citaciones absurdas a la sede policial y todo cuanto pueda imaginarse en un marco de fascismo abierto y declarado.
Si analizamos los antecedentes de una ciudad cuasi insignificante en el escenario nacional y la sorprendente violencia puesta de manifiesto contra sus habitantes, es que podemos aseverar que Bell Ville fue el laboratorio del genocidio que sobrevino después. Es más: el nivel de virulencia ´73-´75, no difirió demasiado del utilizado a partir del 24 de marzo de 1976. ¿Si Bell Ville no fue el laboratorio de los años de plomo, por qué utilizar una bayoneta contra un mosquito?
La nómina de víctimas de secuestros, torturas físicas y sicológicas y detenciones arbitrarias es tan extensa que excede la posibilidad de citarla por lo injusta que sería una omisión.
Los días previos al golpe de estado del 24 de marzo de 1976 dejaron una frase para la historia: “Yo me borro”, pronunciada por Casildo Herreras, nada menos que secretario general de la CGT nacional. ¿Hace falta decir que la columna vertebral del Movimiento Justicialista, dejaba a su jefe, la presidente, sin base de sustentación?.
Esto viene a cuento porque aquí en Bell Ville ya desde 1973 tanto el peronismo orgánico cuanto la CGT miraron hacia otro lado mientras en la ciudad se sucedían hechos tan vergonzosos como la detención de jóvenes por no portar su documento, por el pelo largo o por el aspecto, sin mencionar nuevamente las aberraciones que figuran precedentemente. Ciudad que también tuvo el raro privilegio de aportar comandos civiles armados para la custodia en la capital provincial de edificios públicos y otros menesteres tras el derrocamiento de Obregón Cano.
Lo que le dejó a Bell Ville este período histórico –entre otras consecuencias- fueron: la intervención del profesorado y la detención de Calvo, además de las desapariciones y muertes de docentes y aunque no pueda creerse ¡hasta la expulsión de alumnos!; la amputación de los representantes de base de los trabajadores; detenciones, amenazas prolongadas y férrea censura sobre Radio Unión y –en definitiva- la paz de los cementerios.
Esta crónica tiene como fin primordial que las nuevas generaciones sepan que durante una década, aun durante 3 años de vigencia democrática, Bell Ville fue un ghetto sin alambrados, una ciudad ocupada, el reservorio de delatores y practicantes del sálvese quien pueda.
Ojala sea útil. Ojalá hayamos aprendido. Lo merecen quienes sufrieron para darnos una democracia por varios siglos.
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