El rincón literario. Escribe: David Picolomini

02.12.2013 17:33

LO CORRÍAN PORQUE CANTABA - Revista Haciendo Memorias - N° 1, Año 1, noviembre - diciembre de 2013

                                                                                                        a Humberto Rodríguez.

Un tipo lo corría, lo corría, lo corría...A ése, se le sumó otro más diestro, más habilitado. Desde allí, del Torino blanco sin patente, apareció otro más, muy pertrechado. En tanto, el otro, el de adelante, el sedicioso,  no daba más de tanto alzarse por la intendente Vivanco. Sólo, entre tanta ventana en guardia baja..

  -Se escapó...!

  -No , se lo llevaron... se lo llevaron. ¡Adonde iba a ir...! estaba sentenciado...!

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  Eran ciento cuarenta contra cuatro o cinco, eran un montón, los desgraciados...

  Eran los que iban a verte, a espiarte, a olerte, a empujarte, provocarte , hacerte ir al carajo...

  Toneladas de allegados patrocinantes, los inducían a reconvenirte, a recuperarte para el orden de las cosas. En el mejor de los casos, eran (que extraño!!) tus mismos apegados familiares.

  Eran nombres, protonombres y apellidos que la sola mención hoy desboca por la proximidad de los sujetos en las colas de los supermercados. Tantos castros/visconti/cerutti, que ahora todavía da memoria, porque nunca fueron legalmente amonestados. Solo por eso y por los que no han vuelto.

 Por qué:

            Querido compañero, niño que recién levas tu virtud de pueblo manso/ joven que te anuncias en lo escrito, yo te susurro;

            Jugaba un  telleldín, de cabecilla de otros tantos existentes/

un bravucón, mal muerto en una estafa difundida/ que se quiso cargar con la parada de ser acaso Herodes y un mal Cristo/ falaz emisario de un pueblo orejas gachas. 

           Acá, donde apacible tu moras, o pernoctas/ o quisieras volver ya distanciado/ después de un ciclo de progresos financiados/ yo te lo impelo después de haber sido uno de tantos ultrajados/ que recuperes la memoria de tu pueblo, si es que de veras necesitas renombrarlo.

          Vale decir, decir entonces/ sin tapujos y sin que obre otra palabra/ que a esta runfla, la maldita/ la que aun come día a día de tus manos/ deberemos desecharla firmemente/ de la mesa que regala sus milagros.

          No se hablará, por los siglos de los siglos/ de magullones, de otras sangres y otros golpes demacrantes que no sean los precisos/ los que trajeron  tanto ardor/ a cordobeses, argentinos y otros hermanos llameantes del pueblito/ del que te escribo.

         Deberá, por fin definitivo/ ser justicia lo que al hombre será justo y deberán  rendir muchas cuentas los corruptos/...por lo poco, eso predigo...

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Sr. Director:

En verdad no entiendo tanto interés en tergiversar la hermosa historia que vivíamos de jóvenes en nuestro pueblo.

  Yo debo decir que, en las tardecitas de las primaveras de los setenta y tantos, me gustaba arrimarme para el centro. Por las noches -siempre acompañado de mi novia (luego esposa), dirigía mis (nuestros) pasos, hacia alguna de las confiterías que estaban de moda en aquellos momentos. Al encontrarnos con amigos y amigas, departíamos amablemente de cosas normales que hacían a nuestro transcurrir en la tranquila localidad.

  A nosotros, sinceramente, nunca nadie nos pedía documentos, tampoco fuimos detenidos ni interrogados por cualquier tema.

  Recuerdo claramente las sonoras risas y las cálidas expresiones de afecto cómplice que encontrábamos ante cada ocurrencia de alguno de nuestros divertidos amigos. ¡Qué época!.

  Éramos alumnos secundarios argentinos y bien orgullosos de nuestras creencias. No teníamos necesidad de discutir de política y esas cosas, para eso estaban las personas mayores.

  Luego, claro está, y , como Dios manda, nos casamos y tuvimos hijos. Pasó el tiempo.

  Hoy, a tantos años, rodeados de nuestros seres queridos, alzamos nuestras oraciones en agradecimiento por la protección divina que siempre nos cubrió y que evitó que hoy no tuviéramos que lamentar otro presente. Amén.- 

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Dos puntas tuvo ese ovillo...

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