Testimonio de Daniel Dreyer, vecino de la ciudad de Morrison - Revista N° 1 - Año 1 - Noviembre/diciembre 2013
12.01.2014 19:45Soy detenido en el domicilio de mis padres, temprano, casi de madrugada. Luego de requisar con violencia mi dormitorio, soy trasladado al domicilio de mi abuela paterna, donde hacen otra requisa más exhaustiva e intimidatoria en presencia de mi abuela -octogenaria por esos días, causal de honda tristeza para ella.
No recuerdo fecha y hora exactas de cuando fui detenido. Tengo presente que fue muy temprano y creo día viernes o sábado de fines octubre 1977. Los servicios policiales eran tres: Visconti, Rocha y Brocco (de éste último no estoy muy seguro).
El traslado se hace en automóvil, acompañado por los tres servicios de inteligencia, vestidos de civil y fuertemente armados. Fui llevado a la policía Distrito Regional Bell Ville, donde funciona también una penitenciaria.
Durante diez días, estuve aislado en una celda de castigo y bajo fuertes torturas físicas y psíquicas. Luego me pasaron a la penitenciaria –que funciona en el mismo edificio-, en celda individual, pero, ya vecino de los demás detenidos. Al pasar a ese nuevo lugar, mi estadía tuvo alguna pequeña distensión, aunque siguieron torturándome salvajemente entre 3 o 4 individuos, me rompieron dos costillas costado izquierdo de mi cuerpo. Me cuesta mucho relatar aquellos momentos, porque son tan fuertes que reviven en la actualidad como si aún estuvieran pasando. Para hacerlo corto, y, a modo de ejemplo, hago este relato explicativo: durante la primera semana de mis primeros 10 días, no me administraron ningún alimento, ni líquidos y fui sometido a todo tipo de golpes y vejámenes (capucha asfixiante, pescadito, submarino, toalla mojada, corriente eléctrica).
Dentro de la penitenciaria, trabajaba (vigilante raso) , una persona muy conocida (amiga),bien: ésta persona ofreció ayudarme, y, un domingo, -asegurando la no presencia de los servicios-, sobre el medio día, me suministro un gran sándwich de milanesa y una coca que consumí con voracidad ,luego - casi de inmediato - mi cuerpo devolvió la totalidad de lo ingerido (vomito), lo que causo gran desesperación entre los 3 o 4 policías por mi estado de salud, y, por limpiar toda la celda, para evitar seguros castigos a todos. Aproximadamente el día 18/11/1977, me trasladaron a la regional de policía Villa María en el automóvil de una persona detenida. En esa ciudad me suministraron la medicación necesaria para tratar lo sufrido por los golpes en Bell Ville. Durante la detención en Villa María no sufrí torturas físicas, ¡si! Psíquicas, al ser interrogado y amenazado de muerte y vejámenes por el capitán Claro (polvorines Villa María) en varias ocasiones.
El 2 de diciembre de 1977 fuimos trasladados (4 o 5) detenidos, en carro del ejército (furgón cerrado), al Centro Clandestino de Detención La Ribera, lugar tenebroso, donde se convivía a diario con el espanto. Allí los episodios de torturas psicológicas estaban muy aceitados (MOUNSTROS CON MUCHISIMA FRIALDAD Y MACABRA INTELIGENCIA). Pase en ese lugar la mayor parte del tiempo, aislado en celdas individuales y en un lugar espantoso que llamaban CARBONERA y de vez en vez en una cuadra con aprox. 20 detenidos más. Vuelvo a repetir, en éste relato, mi imposibilidad para comentar estos hechos macabros sucedidos entre mis 19 y 20 años de edad.
Solo diré, que en la Ribera no recibí la paliza de Bell Ville, hasta cierta ocasión que fui descubierto –por gendarmes- conversando entre celdas con otro detenido. De esa paliza - la cual tengo recuerdos difusos, entre la realidad y la locura - zafe con lo justo. Hace unos pocos años me anoticie - por comentarios de otros compañeros que compartían mi detención - que fueron 3 o 4 horas de constante golpiza, propinada con las manoplas, que el “personal actuante” contaba, adheridas a sus puños y borceguíes. Después de esa golpiza, durante 2 meses me recuperaron físicamente la salud, y me dieron la libertad arrojándome frente a la terminal de ómnibus de la ciudad de Córdoba.
El motivo de mi secuestro, el de muchos y el de siempre, causado por el mismo veneno de todos los tiempos, les molesta: la alegría, la juventud, el que quieras cambiar las cosas. Yo, en particular, no milite en ninguna organización, solamente calzaba la guitarra y me cantaba todo, no se ¿ese podría ser el motivo?
¿Miedo a la muerte? no me parece importante, durante esos momentos se le teme a todo y lo desgraciado es que el estrés provocado de esas espantosas experiencias te acompañan durante toda la vida. Me trataron con rigurosidad hitleriana, como desgraciadamente tratan aun hoy, en algunos lugares desamparados, a pibes cuando los “cazan” esos individuos de deleznables ropajes y maltratadas materias cerebrales que todavía existen a pesar de todo lo ocurrido.
Al encierro no puede dársele tamaño alguno, puede ser infinito y puede no existir, depende de la persona. Hay algunos ejercicios de conciencia que pueden funcionar a medias, por ejemplo: cosas hermosas vividas anteriormente, el recuerdo de viajes, guitarreadas, alguna placida compañía, un sentimiento profundo que te cobije. Lo que pasaba, es que, estos “hijos de putas” [sic] conocían eso, y te designaban vigilancia, para controlar tus pensamientos, de ninguna manera se podían permitir que sonrieras o te sintieras feliz, aunque estuvieras solo en tu celda si sospechaban que algo así te pasaba, te sacaban de la celda y te “bailaban” como a un soldadito. Al tiempo tratabas de pasarlo. ¿Cómo y en qué? lo dije antes, tratando de conducir tus pensamientos a otros lados.
Cuando sucedió el mundial de 1978, ya había recuperado mi libertad. Veía los partidos - el futbol me gusta y entusiasma mucho - además, nadie –creo yo- elije para su integridad caminar por la vida destruido y apesadumbrado. Todo lo que el mundial del ´78 significó para el común de mis compatriotas en libertad, por “esos tiempos” me significaba – es hoy, mi parecer- y seguiré sintiéndolo, como una manifestación hipócrita, de muy mal gusto, dudosa e inmerecida relevancia, como pinceladas negras de brocha gruesa tapándolo todo. José María Muñoz comentaba: “los argentinos somos derechos y humanos”, o aquello de la campaña antiargentina en el exterior que una inmensa y torpe “canción” repetía minuto a minuto. De Menotti para abajo, todos sabían todo, o casi todo. Rescato, solamente, la hidalguía de dos futbolistas: Carrascosa - separado del plantel a último momento - y Tarantini, que esquivaba los reportajes periodísticos.
Me pongo contento cuando Argentina sale campeón, conquistando derechos para sus habitantes. Del 78, sensaciones encontradas vienen a mi memoria, porque al igual que la mayoría, albergo los deseos cotidianos de pasarla bien, siempre y cuando no cause perjuicios al otro. En tiempos de eufóricas turbas, la convivencia es muy difícil, a mí - la tribuna que festejaba por las calles de mi pueblo - llego a gritarme holandés con el firme propósito de ofenderme.
No me gusta lo que genera un mundial de futbol, a los jugadores les reprocho que - aun 35 años después - no cuenten la verdad. Espero todavía escuchar de ellos algún comentario, para mejorar, nunca es tarde. Siempre queda mucho por contar, así termina diciendo Silvio Rodríguez en su canción “Cita con ángeles”:
“Pobres los ángeles urgentes
que nunca llegan a salvarnos
¿Será que son incompetentes?
¿que no hay forma de ayudarnos?
Para evitarles más dolores
y cuentas del psicoanalista,
Seamos un tilín mejores
y mucho menos egoístas”
———
Volver