Una aproximación a la historia reciente del Partido Comunista de Bell Ville - Por Francisco Sierra - Revista N° 3

26.05.2014 16:40

Revista N° 3 - Abril / Mayo - 2014

No me siento el más calificado para ilustrar sobre la trayectoria de un partido político que siempre ha tenido una menor o mayor presencia en la historia de Bell Ville, pero que indiscutiblemente siempre acompañó el devenir de nuestro país a partir de su nacimiento en los albores del siglo XX, con múltiples debates sobre su rol a lo largo de su propio desarrollo. Porque al hablar del Partido Comunista en Bell Ville necesariamente uno debe remitirse a las orientaciones que este sector político tuvo a nivel nacional, tanto para bien como para mal de las ideas que desde su creación se quisieron defender.

  Para ello, debo necesariamente introducirme en el tema desde la mayor subjetividad posible, en el convencimiento de que solamente por este camino podrían explicarse no solo el pasado y el presente del PC, sino también su futuro. Sobre todo, porque a los partidos los hemos construído, los hemos sostenido y no solamente lo hemos integrado los militantes, y por lo tanto aspiro a que esta nota también sea un homenaje a los militantes no solamente de este sector en particular, sino también de todos los demás partidos políticos adonde abrevan particularmente jóvenes en busca de canalizar sus ideales, casi en el máximo y mejor estado de pureza de sus corazones.

  En esta propuesta también advierto la posibilidad de comenzar por la trastienda de la actividad política: nada de referencias a grandes líderes, ni a dirigentes de renombre (a los cuales obviamente señalaré por la impronta que han dejado en el partido). Prefiero comenzar por los más humildes de los militantes, los que me enseñaron a defender una idea a pesar de las más fuertes tormentas, los que se sentían uno más del pueblo y jamás tuvieron pretensiones de dirigentes, aunque en sus palabras podía hallar las respuestas y los ideales que otros, con mayor formación, no me lograban transmitir.

  Hablando de estos militantes de la base, creo que encontraremos el verdadero cuerpo de un partido político.

  Y empezaré por uno que no vive, pero vive en mi corazón porque hace más de 20 años me mostró el camino que hoy sigo transitando, con los tropiezos, los miedos y las alegrías que cada época nos marcó. Se trata de Miguel Bustos, a quien le decíamos el “Tío Titi”, no sé por qué y seguramente no interesa a los efectos de esta nota. Su reiterativa mención de las andanzas de Ernesto “Che” Guevara nos habilitaba, además, a bautizarlo jocosamente como “El comandante”. Y realmente en la vida se comportaba como un comandante, por lo menos conmigo: me instruía, me guiaba, me daba indicaciones. Y yo obedecía, no sé por qué. Quizá porque lo había aprendido de mi padre, a quien perdí cuando tenía 11 años de edad.

  Al Tio Titi lo conocí cuando llegaba a mis 15, o 16, y lo visitaba para tomar unos mates por lo menos una vez por semana a su casita de la calle Pio Angulo al 800, y el hacía lo propio conmigo, por ahí llegaba a mi casa para podar una inmensa parra de uvas que presidía mi patio delantero, bajo la mirada desconfiada de mi mamá, que creo que se fue de este mundo sin entender por qué siempre tenía amigos mayores que yo. Al Tío Titi le debo mucho de mi primera formación política (la que me dio el partido en congresos y discusiones de mesa chica no me interesa analizar ahora), porque gracias a él accedí, por primera vez en mi vida, a un libro fundamental: el insuperable “Cien años de soledad” de Gabo Márquez, que me lo prestó un día con cargo de devolución, cosa que sinceramente no recuerdo si cumplí en tiempo y forma.

  Pero gracias a este militante accedí a mi primera literatura marxista y más claramente, a mi primera literatura de tinte pedagógico, de ésa que sirve para entender cómo se mueve el mundo, cómo funciona el sistema capitalista y todo eso que tantos reivindican como teoría política y tantos otros defenestran por la misma razón. Esa primera literatura mezclaba textos de la gran formadora chilena Marta Harnecker, con discursos de Fidel Castro o “Mi campaña junto al Che” de Inti Peredo, que en una primera instancia leía con fruición, reconozco, más porque estaba aburrido que por genuino interés.

  Pero igual, esos textos operaron en mí como una fenomenal vacuna contra la idiotez, y lo explico. Al Tio Titi lo conocí a través de otro amigo en un desaparecido comercio local, en una época en que me habitaban los prejuicios contra el comunismo que inclusive aún subyacen en nuestra tan particular sociedad bellvillense y cordobesa. Yo era una de ésas personas que creían que un comunista tenía armas escondidas debajo de su cama, que de noche salía a secuestrar gente rica y que de día se ocultaba bajo identidades falsas, todo lo cual lo había comprado del discurso venenoso de los ideólogos de la última dictadura militar que tan bien habían obrado en mi cabecita en mis años de estudiante primario y secundario.

  Una tarde en que fue a visitar a nuestro amigo en común, éste me dijo: “vení que te voy a presentar a un comunista”. Lo ví al Tío Titi y le estreché la mano, y él me veía y seguramente advertía mi desconfianza. Me sonrió y me dijo: “no te vayas a querer asustar por las pavadas que dicen de los comunistas”. Y a partir de allí creo que aún hoy soy aquél muchacho deslumbrado por el ideal de un mundo nuevo, y de un hombre nuevo, tal como pregonaba el Che. Pasado el tiempo logré la confianza, propia y ajena, para visitar por primera vez un local partidario, el viejo local del PC ubicado sobre la calle Pio Angulo al 400, aproximadamente adonde actualmente funciona una perfumería.

  Allí conocí a otros militantes, muchos de los cuales actualmente me los cruzo en la calle aunque las vueltas de la vida nos ha llevado a recorrer distintos caminos. Pero debo referirme a uno de ellos en particular: cuando llegué por primera vez al PC, él ya había sido candidato del partido a Intendente de Bell Ville: se llamaba Luis José “Lucho” Bondone y se nos fue hace poco. Como todos los seres humanos, sobre Lucho llovían grandes elogios y no pocas críticas, como le puede pasar a cualquier líder, y no pudo olvidar que en tal sentido su talón de Aquiles residía en algo que seguramente él no había programado, su pertenencia a una clase social medianamente acomodada en base a su esfuerzo y entrega como reconocido abogado, con un prestigio bien ganado como especialista en derecho laboral.

  Su lado “pequeño burgués” lo mostraba, quizás, rehuyendo de las convocatorias a reunión, conectado siempre con el partido pero alejado de los análisis de mesa chica o de las celebraciones y vida social de la militancia. Aún así, la palabra del “Lucho” era para respetar y si había que hacer una consulta simplemente se iba a su casa de la calle Mitre. Una vez me tocó ir a verlo, lo provoqué con unas palabras de más y luego de preguntarme “¿quién sos vos?”, me tiró con una frase de José Ingenieros (a quien también había accedido gracias al Tío Titi) señalándome así que a pesar de que le discutía, estaba contento con quien tenía al frente: “la juventud sin rebeldía es esclavitud precoz”.

  Ese local de la calle Pio Angulo era, en realidad, la casa de otro militante político, a mi modesto criterio, todavía no tan valorado como merece, por su coherencia y su convicción, defendiendo en el discurso y en los hechos los ideales inculcados a favor de la clase trabajadora, aún inclusive a costa de difamaciones y calumnias que debió soportar. Se trata de Pablo Alvarez, quien al igual que “Lucho” Bondone y sus hijos Mariano y Lisandro, pasó por la cárcel y la tortura a causa de sus ideales. Uno de los militantes a los cuales esta Argentina del Juicio por la Memoria, la Verdad y la Justicia le debe un poco más de atención, porque en tiempos en que nadie se animaba, en tiempos de la Semana Santa de Alfonsín, en tiempo de Monte Caseros, en tiempos de miedo a pesar de la vigencia de los derechos constitucionales, Pablo se llevaba una mesita y una silla en medio de la plaza 25 de Mayo y hacía firmar, casi en soledad, petitorios y reclamos para que se juzgue la conducta criminal de los represores del periodo 1976 – 1983.

  Ese es el Partido Comunista en el que me formé políticamente, y por suerte, adonde encontré la posibilidad de no caer en los viejos dogmatismos que tanto daño hicieron no solamente a este sector político, sino a tantos otros sectores de nuestra Argentina. Y digo por suerte, porque me sumé en una época en que (quizás aún hoy) se le criticaba al PC su supuesta vinculación con el gobierno militar instaurado en 1976, merced a vaya a saber qué extrañas conexiones que se le atribuían a nuestra dirigencia más veterana. Como dice un amigo mío peronista, si yo abrazo este ideal lo hago con beneficio de inventario, haciéndome cargo de lo bueno y de lo malo de su historia. Y de ahí la necesidad de plantear lo sucedido a nivel nacional y “bajarlo” hacia lo local.

  Porque cuando me sumo, decía, lo hago luego del histórico Congreso 16, en 1986, cuando el partido atraviesa su más profundo debate interno desde su constitución, con un gran sentido de auto crítica hacia lo que se había hecho (o hacia lo que no se había hecho) en relación a la dictadura cívico militar de 1976, pero también hacia el rol del partido a lo largo de la historia de los argentinos y la identificación necesaria de las lecturas políticas equivocadas, que habían provocado el alejamiento de militantes, cuando no su desaparición física o su muerte. En ese contexto encontré que un sencillo vendedor ambulante de medias y prendas femeninas, el Tío Titi, podía enseñarme que el esfuerzo intelectual debe ser proporcional al esfuerzo físico, que el campo popular es uno solo y por lo tanto los compañeros que están en desacuerdo con nosotros no son enemigos ni adversarios, simplemente son compañeros que no están de acuerdo con nosotros, y que “mucho más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”, como dijo Salvador Allende minutos antes de morir por el hermano pueblo chileno que amaba.

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